“El tiempo es para mí lo que hay de más real y de más necesario; es la condición fundamental de la acción: -¿qué digo? Es la acción misma; y la obligación en la que estoy de vivirlo, la imposibilidad de jamás franquear el intervalo de tiempo por venir, bastarían para demostrarme -si no tuviese su impresión inmediata- que el porvenir es realmente abierto, imprevisible, indeterminado. No me toméis por un metafísico, si llamáis así al hombre de las construcciones dialécticas. No he construido nada, simplemente he comprobado. Os entrego lo que se ofrece a mis sentidos y a mi conciencia: lo inmediatamente dado debe ser tenido por real en tanto no se tenga la convicción de ser una simple apariencia; a vosotros os corresponde pues, si veis allí una ilusión, aportar la prueba. Pero no sospecháis una ilusión sino porque hacéis una construcción metafísica. O más bien la construcción está ya hecha, a partir de Platón, quien tenía al tiempo por una simple privación de eternidad, en tanto que la mayor parte de los metafísicos antiguos y modernos la han adoptado tal cual, porque responde en efecto a una experiencia fundamental del entendimiento humano. Hecho para establecer leyes, es decir, para extraer del flujo cambiante de las cosas ciertas relaciones que no cambian, nuestro entendimiento es naturalmente llevado a no ver sino a ellas; únicamente ellas exiten para él, quien realiza pues, su función y responde a su destino, situándose fuera del tiempo que fluye y dura. Sin embargo el pensamiento, que desborda el puro entendimiento, sabe bien que, si la inteligencia tiene por esencia extraer leyes, es a fin de que nuestra acción sepa con qué contar, y de que nuestra voluntad tenga más alcance sobre las cosas: el entendimeitno trata a la duración como un déficit, como una pura negación, a fin de que podamos trabajar con la mayor eficacia posible en esta duración que es, sin embargo, lo más positivo que hay en el mundo. La metafísica de la mayor parte de los metafisicos no es pues, sino la ley misma del funcionamiento del entendimiento, el cual es una de las facultades del pensamiento, pero no el pensamiento mismo. Este, en su totalidad, tiene en cuenta la experiencia integral y la totalidad de nuestra experiencia es duración. Luego, sea lo que hagáis, elimináis algo, e incluso lo esencial, al reemplazar por un bloque una vez planteado los estados del universo que pasan por turno.
Os dais así menos de lo que es necesario, pero, en otro sentido, os dais más de lo que es necesario.”
Henri Bergson