Querida Claudia,
Por fin llegamos al fin. Este tiempo quedará en la memoria (o será más bien la memoria la que quede gracias al tiempo). Siento decirlo, pero no conseguimos lo que nos propusimos. Bien, quizás es cierto que empezamos intentanto dejar de lado toda espectativa. ¡Pero siempre hay espectativas! El ser humano –y, de hecho, cualquier animal– tiene espectativas. Incluso me atrevo a decir que una piedra tiene espectativas. Queda por ver si son de distinto orden que las de una planta o un filósofo, pero no cabe duda que una piedra tiende a caer: su fin, aun con un casi-nada de memoria, es caer, y siempre que se lo permitimos, la piedra cae. Cae en el espacio y en el tiempo. Cada uno de los seres que habitan el mundo proviene del Ser y vuelve a Él. Y en esa ida y venida, el tiempo es ocasión y posibilidad. El tiempo implica memoria, y la memoria, siendo hija del presente y propietaria del pasado, sólo sirve a la Vida si puede proyectarse hacia adelante; hacia el futuro. La memoria no tiene fin –todo cabe en ella– y al mismo tiempo tiene un fin claro: sobrevivir en el tiempo el máximo tiempo posible (o, dicho con más precisión, el máximo tiempo posible para dejar preñado el futuro). El tiempo futuro pertenece a la memoria más de hecho que por derecho. Cuando integramos nuestra capacidad de razonar con nuestra más atenta tensión a la Vida, esto es, a partir de los datos inmediatos de nuestra consciencia (nuestra experiencia no superficial!), entonces vemos y oímos claramente: sobrevivencia es la ciencia que practica la biología. Pero eso no es todo. Hay más. Por encima de sobre-vivir está el impulso de vivir. Pero, ¿qué es vivir? Vivir no consiste en translocarse al pasado. Eso sería traicionar gravemente la facultad de recordar. Vivir tampoco es comprimir la duración a un instante infinitesimal presente. Eso equivaldría a truncar lo orgánico y sólo quedarse con lo geométrico (buen trato para el físico-matemático, mal negocio para quien acredita también en lo verdaderamente nuevo). Vivir tampoco puede ser estar siempre pendiente del futuro, pues eso sería estar suspendido de lo que aún no es. Entonces, ¿qué es vivir? Uno no puede vivir fuera del tiempo. El tiempo es condición necesaria para la Vida. ¿Será condición suficiente? Creo que no. El tiempo escapa a una definición. Definir es trazar claramente los límites de algo. Pero el tiempo no es un “algo”. Y el tiempo no se puede trazar. Confieso que lo hacemos todo el tiempo en nuestras gráficas, pero no es eso tiempo sino su versión travestida en el espacio. Absolutamente útil para construir aviones que vuelan y puentes que no se derrumban, sin duda. ¿Pero es eso todo lo que nuestra especie puede llegar a representar en el Árbol de la Vida? Entonces, ¿cuáles son los límites del tiempo, si es que tenemos la intención de trazarlos? Pues se diría que su límite sólo puede ser lo Ilimitado. Si negamos eso, el tiempo se desvanece en la Nada. Si se lo concedemos, también (pero entonces esa Nada suena más a Absoluto que a nada). Y así llegamos al Origen: lo finito proviene de lo infinito y, de alguna manera, lo repele. Origen no significa principio en el tiempo. Tampoco significa final. Origen es lo primordial. La causa de todo y el proposito de todo. Su fin. Pero no en sentido temporal, sino en su más pura interpretación atemporal. Entonces, mientras seamos consciencias insertadas en la materia, mientras habitemos el tiempo, nuestra preocupación debiera de ser procurar un esquivo inevitable a una muerte inevitada. Es por eso que la evolución encontró la mejor solución temporal possible: la sexualidad. Partirse en dos ya en vida, y juntarse para multiplicar la mitad y así convertirla en una nueva unidad: un nuevo ser. Y de esta manera, pasar nuestros genes, con su differencia y su repetición, de generación en generación, a la espera de darnos cuenta del “para qué”. Esta es nuestra preocupación. Nuestra ocupación, sin embargo, es otra: aspirar a la Inmortalidad en Vida, o sea, actualizar en nuestra consciencia, más allá de cualquier duda y de cualquier creencia, que la Vida Divina es ya un hecho.
Un beso,
Alex