Era casi medianoche cuando, al salir apresurado del laboratorio, se me cayeron las llaves de la moto al suelo y dudé. ¿Se me han caído o las he dejado caer? Menudo dilema absurdo, pensé. Al pulsar el botón del ascensor me consolé recordando las palabras de Descartes, quien dijo que si pienso, existo. Será el café de máquina o quizás el camión de la basura que no me deja dormir desde el lunes. El caso es que llevo unos cuantos días sin existir del todo. No puedo pensar con claridad… El ascensor se detuvo en el piso tres, catorce puntos por encima del nivel del suelo. Entraron tres personas. ¿Casualidad o causalidad? Ambas, versiones simplificadas de la realidad. Por un instante, los cuatro tripulantes de aquella caja suspendida nos transformamos en moléculas de carga negativa para satisfacer la segunda ley de la termodinámica aplicada a humanos en sistemas cerrados: cada uno en una esquina, minimizando la entropía, trivializando la conversación y reduciendo el consumo de oxígeno. Como experimenta el hermano gemelo al regresar de un viaje espacial a velocidades cercanas a la de la luz, el tiempo también se ralentiza en un ascensor. Paró de nuevo en el piso menos uno. ¿Habremos pasado por el cero sin darnos cuenta? El cero representa la nada, el vacío, lo potencial. Los antiguos le tenían miedo y por ello no osaban nombrarlo. Se abrió la puerta y nadie entró. ¡Cuán bello es el lenguaje! Sugiriendo la existencia de un tal nadie haciendo nada, nos emplaza a creer que no estamos solos. De la nada, nada sale, reza el axioma griego. Materia y antimateria deben aniquilarse. Los dos amantes, en uno fundirse sin confundirse. El ascensor finalmente abrió sus puertas en la planta baja, viniendo de abajo tras haber subido después de descender. A menudo me parece que todo es relativo. Una magnífica mezcla de lo objetivo con lo subjetivo. Me vinieron irremediablemente a la cabeza Einstein y Jarabe de Palo (según como se mire, todo depende). Tuve otra revelación. Como el famoso gato de Schrodinger -medio muerto, medio vivo- fui consciente de mi inconsciencia, hice de la intuición mi ciencia. Sólo aquello que miro puedo ver. Sólo aquello que amo quiero entender. Sólo aquello desconozco necesito conocer. De cada instante soy actor, director y espectador. Aunque a veces no esté presente, mi vida sucede descendiendo en un ascensor.